MARIPOSA

05.02.2024

UN RELATO DE JOSÉ NAVARRO

 

"Amor, amor, amor perdido"... cantaba una voz de satén rosa. El sonido ondulante provenía del piso de abajo. Me asomé y vi a Virginia fregando los platos. Me contó que su sueño era convertirse en una cantante de boleros, pero que ninguna casa discográfica la iba a contratar con aquel nombre tan largo, así que estaba decidida a cambiárselo. Lo último que supe de ella era que se había ido a Nueva York.
Años después, estando en un tablao donde el olor a azucenas se mezclaba con el del tabaco, me giré para ver quién estaba fumando y la reconocí al instante. Era ella. Parecía una actriz setentera. Imponente. Guapísima. Nada quedaba de su antigua imagen de fragilidad. Me presentó a su marido y descubridor, un apuesto cazador de jóvenes talentos que se llamaba Ángel. La prometedora carrera estaba a punto de comenzar. Su fama coparía todas las portadas y su voz sería escuchada en el mundo entero.
Quedamos para desayunar en el "Café de la Esperanza". La esperé durante una hora, pero no acudió. "Se habrá quedado dormida", pensé. O, tal vez, ya empezaba a comportarse con los delirios propios de una gran estrella.
Al día siguiente, sonó el teléfono, Mar se había suicidado. Cuando las limpiadoras del hotel la encontraron, creyeron que se trataba de una broma pesada el que alguien hubiera escondido un maniquí debajo de la cama.
La policía me entregó su bolso y cuatro vestidos baratos que olían a Chanel 5. Había una canción escrita titulada "MARIPOSA". El día de su entierro solo eramos dos personas sollozando frente a su ataúd: la Virgen Santísima y yo. Nunca habia visto tanta belleza amortajada.Han pasado 35 años. La policía no investigó demasiado. El silencio sólo se vio interrumpido por el susurro de los restos de confeti arrastrados por el viento. Jamás creí la versión oficial, sino que Ángel era en realidad un demonio que, en vez de cazar talentos, lo que cazaba eran almas. Como el de aquella musa con máscara de "Gnaga".

 FIN