LAS HUELLAS DEL ABRECARTAS

02.09.2020

UN RELATO DE ESTELA ANDREU

El día se había levantado relativamente tranquilo, después de pasar una larga noche plena de vientos, truenos, rayos y lluvia incesante, aunque todavía se veía alguna nube en el horizonte que presagiaba que eso solo era una tregua que no iba a durar mucho.

Me levante, me duché, y mientras me tomaba mi desayuno analizaba los papeles que tenía ante mí. Sergio y yo habíamos quedado en casa del Señor Menéndez, un anciano ricachón y caprichoso al que le llevábamos sus asuntos legales. Los papeles que estaba mirando con tanto ahínco pertenecían a un viejo caserón de su propiedad y que ahora, caprichos de viejo, quería hacer su última morada.

Pero había un escollo en el camino, su hermanastra, la cual también era propietaria del inmueble, por eso la reunión. Casimiro Menéndez quería comprar la parte de Balbina para así pasar a ser el dueño absoluto de aquel lugar.

Una vez acabado mi café con leche y mi bocadillo de jamón de york, cogí el anorak y salí a la calle. Después de pensar un minuto o dos donde había dejado el coche aparcado el día anterior, me dirigí donde la memoria me guiaba y allí lo encontré, donde ésta me había encaminado. No sé quién fue el gracioso que aparcó puerta con puerta con mi vehículo pero tuve que entrar por la puerta del copiloto. Me acomodé, puse el motor en marcha y me dirigí a mi destino.

Cuando llegué, mi compañero en el bufete, Sergio Pardo, ya me estaba esperando. La verdad es que le gustaba llegar con bastante puntualidad. Puntualidad exagerada más diría yo, y es que la reunión no daría comienzo hasta dentro de veinte minutos por lo menos. Porque una de las cosas que también tenía nuestro cliente es que las cosas empezaban a su hora, ni antes, ni después. A su hora como es de ley, le gustaba sentenciar.

Así que Sergio y yo aprovechamos ese tiempo de calentamiento, tal cual estuviéramos a punto de jugar un partido ante un rival de peso, para analizar toda la documentación que le íbamos a mostrar a la hermanastra del Señor Menéndez, la cual a grandes rasgos ya se le había remitido formalmente por carta certificada.

Balbina Ventura llegó diez minutos después, con aire altivo nos saludó y se sentó en una silla que estaba en mitad del pasillo, al lado de un pequeño mueble con espejo ovalado. Sacó unas agujas de ganchillo y se puso a la tarea sin levantar la vista ni un instante. Tanto a Sergio como a mí nos sorprendió la rapidez y destreza con que manejaba las agujas. Percatándose de nuestras miradas, nos regaló una media sonrisa y nos dijo:

-Todo es pillarle el truco, nada más, seguro que si lo intentan lo consiguen. Porque todo en esta vida consiste en el intento, ¿saben? La vida no consiste en logros, ni en éxitos, ni en ser feliz. La vida es intentar conseguir logros, éxitos y felicidad, esa es la verdadera salsa. Porque si lo logras sin intentarlo no habrá servido de nada, si tu éxito no ha pasado por el intento no es éxito, piénsenlo bien. Quién no ha tenido que intentar ser feliz para ser feliz, nunca ha sido, es, ni será feliz. ¿Qué? ¿Le apeteces apetece probar, letrados?

-No gracias -Dije con toda la educación que supe sacar-. Pero creo que prefiero otro tipo de aficiones -Me dedicó una medio sonrisa y continúo peleando con las agujas.

La verdad, no sabía cómo tratarla. No tenía a todas luces pinta de ser como su hermanastro, ni mucho menos. Sus formas y su manera de hablar apuntaban a una mujer con aire distinguido y, si en un primer momento su aire altivo me pudo parecer lo contrario, ahora la veía una mujer muy bien curtida en la escuela de la vida. Desde luego, nada que ver con Casimiro Menéndez que siempre te miraba con aspecto de estar a la defensiva. Me recordó un poco a ese personaje de las novelas de Ágatha Christie, Miss Marple. Ahora solo nos faltaba un asesinato y teníamos el pack completo.

-¿Saben? No sé qué se le ha perdido a mi hermano a estas alturas en ese caserón medio derruido y abandonado de la mano de Dios, ¡que me aspen si lo sé! Desde luego, por mi parte, esta reunión durará poco. No voy a poner ningún impedimento, la cantidad que se me ofrece es más que satisfactoria y me ayudará, junto con mi pequeña pensión, a vivir holgadamente lo que me quede de vida -La velocidad de sus agujas crecía a marchas forzadas-. Por cierto, qué raro que aún no haya salido de la biblioteca para hacernos pasar, ¿verdad? Será cuestión de ir a ver qué pasa, ¿no les parece? Daré aviso a Rosa para que venga por si se la necesita.

En efecto, era muy extraño que Menéndez no hubiera hecho acto de presencia. Solo pasaban diez minutos de la hora señalada, pero, teniendo en cuenta como era Casimiro, eso era sospechoso. Pero bueno, igual por primera vez después de tantos años se había despistado. Balbina llegó prácticamente enseguida con una mujer filipina de unos treinta y pocos años. Rosa era la cocinera, mujer de la limpieza, enfermera, secretaria...y, sobre todas las cosas, era la que soportaba los desmanes de su señor. Menos mal que había sabido llevar el carácter con maestría, imagino por su ya curtida vida laboral en la cual Don Casimiro de buen seguro no era el único gruñón con el que había tenido que lidiar.

-Vamos -le emplazó Balbina-, avisa a mi hermano que ya estamos aquí y que servidora no puede perder más tiempo. Dentro de una hora tengo una reunión en la Casa de alimentos para la infancia y debo ser puntual. Allí también tenemos un tema bastante importante que tratar, como bien sabes, Rosa, como socia de la fundación.

-Oh, sí claro señora, sí, claro que lo sé. El asunto de la subvención, ¿no es así? Ojalá la den, de corazón se lo digo.

-Lo sé Rosa, lo sé. Pero no solo hablaremos de eso. Tristemente el local donde realizamos las reuniones y donde la gente hace llegar sus aportaciones, tanto económicas como de otro tipo, y que bien sabes a mucha gente necesitada vienen tan bien en los tiempos que corren va a ser embargada porque al parecer el propietario a dejado de pagar si no me han informado mal dos o tres meses de hipoteca al banco. Si es que son unos buitres, te lo digo yo, unos buitres, escoria, unos demonios vestidos con traje y corbata. Yo no digo que si esas cantidades se deben no se tengan que pagar, no señor, al Cesar lo que es del Cesar. Pero por favor, dado el caso, una tregua, un paréntesis. Así que imagino que el otro punto del día versará sobre ese tema, supongo que en aras de buscar otro emplazamiento o en aras de que en el supuesto caso de que la subvención nos sea concedida usar parte de la misma para saldar cuentas con la entidad financiera. Pero bueno, ahora no nos demoremos más y di a Casimiro que estamos aquí por favor.

-Enseguida señora -Y acto seguido Rosa tocó a la puerta de la biblioteca mientras llamaba a su señor .

-Don Casimiro, Don Casimiro, ¿me oye? Las visitas que usted aguardaba ya están aquí, ¿les hago pasar?

Silencio. Silencio fue la única respuesta, por lo que ahora fue Balbina quién se acercó a la puerta corredera y llamó:

-Casimiro, no tengo todo el día, así que haz el favor de abrir la maldita puerta de una vez.

Y el silencio seguía siendo la única respuesta. Nos quedamos todos mirando, todos sospechando lo mismo, ahí dentro pasaba algo.

-Don Casimiro, ¿se encuentra usted bien? -Se aventuró a preguntar Rosa con la oreja pegada a la puerta-, ¡Don Casimiro!

-Vamos a ver Rosa -dije en un intento de solucionar el problema de una vez por todas-, tú tienes copias de todas las llaves de la vivienda, ¿no es así? Alguna tendrás de esta estancia.

-Pues sí, Don Antonio, ¿cómo no se me había ocurrido? Enseguida voy por ella, -y salió corriendo hacia su habitación.

No tuvimos tiempo ni como quien dice para exhalar un suspiro cuando la buena mujer ya regresaba con un manojo de llaves. Jugueteó unos minutos con ellas y encontró la que parecía ser andábamos buscando.

-Espero no se tome a mal lo que voy a hacer, no hace falta que les cuente a ustedes las rarezas de mi señor.

-No Rosa no, no hace falta, -Le dijo Balbina-, las conocemos a la perfección. Yo digo cuando entras, yo digo cuando sales. Tranquila, estamos aquí para protegerte de la fiera, ¿no es así caballeros?

Tanto Sergio como servidor nos limitamos a responder a la pregunta con un gesto con la cabeza que denotaba asentimiento.

Rosa puso la llave en la cerradura y dio la vuelta a la misma, abrió la puerta de par en par y el grito que soltó y la mirada de terror con la que nos miró a todos nos llenó de nerviosismo. Balbina entró a todo correr y nosotros detrás. Casimiro se encontraba sentado en la silla de cuero, detrás de su escritorio con la cabeza apoyada en la mesa y con un abrecartas clavado en el cuello. Los papeles que obraban en la mesa estaban repletos de sangre y la habitación estaba toda manga por hombro.

-Hay que llamar a la policía de inmediato. ¡Vamos! -Dijo Sergio-.Es más, me encargaré yo mismo y se encaminó hacia el recibidor.

Rosa no había parado de llorar desde que habíamos encontrado el cuerpo, me hallaba consolándola mientras le decía a la Sra. Balbina:

-A la vista está que tendrá que contactar con la fundación y que prescindan de nuestra presencia, o que suspendan la reunión.

-Sí claro, enseguida. Desde luego, que oportunos, ya podían haberle asesinado unos días atrás. Lo de la fundación no es moco de pavo, Don Antonio.

-Tampoco la muerte de su hermano, creo yo -De verdad, no podía dar crédito a lo que estaba escuchando.

-Vamos, Don Antonio, de sobra sabe usted que Casimiro y yo teníamos el trato imprescindible, ni más ni menos. Y yo casi diría que se decantaba por el menos. No era un hombre fácil de tratar, no me extraña que cultivara enemigos y a la vista está que uno de ellos se ha tomado la justicia por su mano. El porqué ya se me escapa.

-Por lo pronto, y visto el estado de la biblioteca, algo buscaban desde luego. Aunque puede que nada importante, igual lo único que buscaban era simple y llanamente dinero.

-No señor, no era solo dinero, solo por dinero no le hubieran matado. Le hubieran amenazado, si me apura usted, pero nada más. A no ser que él se hubiera negado a satisfacer sus peticiones, cosa que de Casimiro no me hubiera extrañado en absoluto. Pero no tiene usted más que fijarse en la forma de asesinato: sentado en su sillón, la cabeza de lado en su mesa y el abrecartas en el cuello. No, Don Antonio, definitivamente, esto no es solo un robo, es algo más. A saber en qué asuntos turbios andaba metido.

-De todos modos, hay una cosa que me extraña -, ¿por qué no gritó? ¿por qué no oímos ningún ruido?

-A saber, probablemente no le dieron opción a decir esa boca es mía y, por otro lado, ¿es que no sabe usted el material de esa puerta? Material a prueba de bomba, desde luego antes se hacían las viviendas como corresponde. No como ahora, que las paredes son de papel de fumar.

Sergio llegó diez minutos después, dijo que había llamado a la policía y que se presentarían en cuanto les fuera posible. Nos relató lo que ya sabíamos de las películas y series policiacas aunque creo que ninguno de nosotros esperaba vivirla en la realidad. Vamos, que no tocáramos el cuerpo ni nada que pudiera ser clave para la investigación...y todas esas cosas. Mi compañero había aprovechado comentó para prepararle una buena tisana con anís a Rosa, la cual se encontraba en la cocina muy afectada.

Las fuerzas de la ley y el orden no tardaron en llegar. Dos hombres uniformados y uno con traje gris y sombrero el cual fue el que se dirigió a nosotros mientras los de uniforme se quedaban dos pasos más atrás.

-Inspector Jefe Garmendia para servirles. Aquí el Sargento Gómez y el Capitán De Torres, del departamento de homicidios de la Policía Nacional. Han llamado ustedes por un asesinato, ¿no es así?

-En efecto, acompáñeme por favor si es usted tan amable. -Balbina tomó las riendas de la situación-. Es aquí -Dijo señalando la biblioteca-. Y antes de que lo pregunte, no, no hemos tocado nada en absoluto.

Los tres hombres se dirigieron a la biblioteca siguiendo los pasos de la mujer y acto seguido se dieron la vuelta y nos dijeron: ahora les rogamos nos dejen unos minutos solos para analizar la situación, ni que decir tiene que en cuanto terminemos les someteremos a interrogatorio, ¿son ustedes todos los que se hallan en estos momentos en la vivienda?

-No, en la cocina está la criada, Rosa. Mi compañero ha tenido que prepararle una tisana para los nervios. Ella ha sido quién ha encontrado el cuerpo.

-Bien, pues hagan el favor de decirle que también será interrogada, ¿de acuerdo? Si está nerviosa la interrogaremos en último lugar a fin de que sus ánimos se hayan calmado un poco. Ahora si nos disculpan, debemos trabajar.

Mientras esperábamos que la policía hiciera su trabajo, me aventuré a preguntarle a la Sra. Ventura si ella como familiar más cercano de Casimiro era conocedora de quién podía estar detrás de esa salvajada.

-No, señor Heredia, lo ignoro. Como le he dicho anteriormente, tenía el trato justo y necesario con mi hermanastro. De buen seguro, ustedes, como picapleitos suyos que eran saben más que yo. Incluso, quién sabe, la propia Rosa. Hay que tener en cuenta que son casi diez años a su servicio, que se dice pronto. Eso, Don Antonio, son muchos años.

En efecto, pensé, Doña Balbina tenía razón, la persona que en ese momento podía conocer con más exactitud a Don Casimiro Menéndez no era otra que su criada, a la que en los últimos tiempos se la podía denominar como su compañera de viaje, dado que no tenía más compañía que la de esa mujer. Pero los caprichos del destino habían decidido que el patrón del barco se bajara, o mejor dicho, lo tiraran por la borda antes de lo previsto.

-¿Pero qué estarán haciendo esos hombres ahí dentro? -Dijo la mujer después de haber pasado ya un cuarto de hora largo desde que entraran en la biblioteca.

-Bueno, yo no entiendo de esas cosas, -Aventuró Sergio-, pero imagino que llevarán su tiempo.

-Sí. Por cierto, es raro que no hayan acudido con la comitiva judicial.

-Ellos sabrán los protocolos a seguir, ¿no les parece?

No nos dieron tiempo a continuar la conversación, cuando tanto el inspector como el capitán y el sargento emergieron de las profundidades de donde se había hallado el cuerpo sin vida de Casimiro Menéndez.

-¿Y bien?, ¿tienen algo? -Les preguntó Sergio.

-Sí, porque con el tiempo que se han tirado ustedes allí dentro bien pueden tenerlo, vamos -replicó Balbina.

-Señora, entiendo que la espera, como quién acude a la visita del médico, se le haya hecho más larga de lo normal. Y más, dadas las circunstancias -manifestó el inspector­-, pero no podíamos dejar ningún rincón sin visualizar. Espero sepan entender esa circunstancia.

-Por descontado que lo entendemos, inspector, discúlpenos. Estamos todos un poco nerviosos, la verdad. Es que ustedes como trabajadores de la institución estarán habituados, pero nosotros no lo estamos a encontrar fiambres todos los días.

-¿Y quién le dice que nosotros sí? A eso nunca se acostumbra uno, hijo, nunca. Llevo más de treinta años de servicio, que se dice pronto, y he visto cadáveres de todo tipo: negros, blancos, niños, jóvenes, mujeres de tanto de baja como alta alcurnia, millonarios como el Sr. Menéndez...Lo dicho, de todo. Y no, no se habitúa uno por mucho que lo intente. Pero, ¿saben lo que más cuesta? Lo que más cuesta no es la muerte en sí, sino el tener que dar la información de esa muerte. Las más difíciles siempre para mi es cuando se trata de un niño, es un mal trago que no se lo aconsejo a nadie. Bueno, y ahora si me permiten no perdamos más tiempo ambas partes y comencemos los interrogatorios. Empezaremos por usted si no le importa señora...

-Ventura. Balbina Ventura para servirle. Pregunte lo que quiera, inspector.

-Bien, ¿qué relación la unía con el finado? Si la unía alguna, claro está.

-Era mi hermanastro por parte de madre. La verdad es que no teníamos mucho trato, como ya les he referido a estos señores. Hoy, a petición suya, teníamos una reunión para la venta de parte de un inmueble.

-Inmueble que les pertenecía a los dos, deduzco, y que uno de ustedes no quería vender, ¿me equivoco?

-No, no, en absoluto. Casimiro quería irse a vivir sus últimos años en esa casa, si se le puede llamar así, y quería comprarme mi mitad. Ya les había adelantado a sus abogados, estos señores que están aquí de pie, que no iba a poner traba alguna. El dinero me viene muy bien, no sabe usted cuánto.

-Interesante...Y digo yo que el valor de la vivienda entera casi que mejor que bien, ¿o no Sra. Ventura? ¿Qué dice el testamento del Sr. Menéndez en ese sentido?

Debo decir que en ese momento a la pobre mujer se le desencajó la cara. Por primera vez, desde que había hecho acto de presencia en la casa, perdió los papeles y a voz en grito se dirigió al inspector:

-¡¿Pero cómo se atreve a insinuar que yo maté...?! Eso es inconcebible a todo punto y no se lo voy a tolerar, que lo sepa.

-Señora, tranquilícese, que aquí nadie ha hecho insinuación alguna, se lo está sacando usted solita todo de la manga. En ningún momento he hablado ni de asesinatos ni de muertes, solo de beneficios. Hay una gran diferencia entre el saldo que pueda dar una vivienda entera que una vivienda a medias, ¿o no piensa usted lo mismo?

-Sí, puede que tenga usted razón, ¿me van a preguntar algo más o se versará mi interrogatorio solo en esto?

-No, por descontado que no. Vamos a ver, ¿cuánto tiempo hacía antes de esta reunión prevista para el día de hoy que no veía usted a su hermano? Perdón, hermanastro.

-Uff, a ver, déjeme pensar...Yo casi diría, aunque tampoco lo sé con certeza exacta, que bien podría hacer medio año perfectamente. Puede que más.

-¿Era usted conocedora del tipo de negocios que manejaba, amistades, enemistades...etcétera del Sr. Menéndez?

-La verdad es que en cuanto a negocios se refiere no me contaba mucho. Sé que tenía algo relacionado con antigüedades y el mundo del arte. Miré, entre usted y yo inspector, si lo que se tiene que esclarecer es la muerte violenta de mi hermanastro será mejor que me ande sin ambages, ¿no cree? No lo sé a ciencia cierta, pero por informaciones que me han llegado en alguna ocasión de terceras personas, al parecer Casimiro falsificaba obras de arte para luego venderlas en mercados y subastas a muy buen precio. Quién sabe, al igual alguien se enteró de sus actividades. Es una hipótesis nada más.

-No creo que por falsificar un Murillo, un Velázquez o un Sorolla se llegue al punto de cometer un asesinato -Interrumpí el interrogatorio- Perdón por la intromisión, inspector -dije.

-En ese punto se equivoca, Don Antonio -dijo Doña Balbina, volviendo la cabeza y poniendo la vista fijándola en mi mirada -Que estos señores me corrijan, en caso contrario, pero los hay que hasta son capaces de la mayor de las salvajadas por muchísimo menos.

-Razón lleva señora -dijo el inspector- Llevamos el caso de una muchacha que asesinó a su hermana por haberle cogido un vestido de seda rosa palo sin permiso. Pero bueno, en el caso que nos ocupa, por supuesto tendremos en consideración el camino de falsificación que usted nos proporciona, Sra. Ventura. Ni que decir tiene que su hermano estaba cometiendo un delito de consideraciones considerables. Habrá que ver en caso de que sea la vía por la cual le han dado muerte si ha sido un comprador, sendero por el cual yo me decanto. Pero bien, habrá que mirar otras hipótesis.

-Por descontado, Sr Garmendia, por descontado.

-Bien, con usted ya he terminado, muchas gracias. Si preciso de nuevo de su ayuda volveré a llamarla, puede retirarse. Por lo pronto, no salga de viaje ni de la ciudad en los próximos días. Ahora continuaré con usted señor...

-Pardo, Don Sergio Pardo para servirle, licenciado en derecho y abogado. Bueno, en este caso ex abogado ya del Sr. Menéndez.

-Bien. Comencemos, pues, ¿cuánto tiempo llevaban ustedes al servicio de Don Casimiro?

-La verdad es que relativamente poco, pongamos...año y medio o dos. Con anterioridad los había llevado mi padre Marcos Pardo hasta que se jubiló y, con la ayuda de Don Antonio aquí presente, yo cogí el testigo.

-De acuerdo, sobre el punto que ha hecho hincapié la Sra. Ventura, ¿sabían ustedes algo sobre el particular? Me refiero a la falsificación de obras de arte.

-Pues, en verdad, no. A ver, nosotros éramos sus asesores legales en lo que a temas por ejemplo como el que hoy nos iba a ocupar. Para todo lo relacionado a lo que a negocios se refiere, tenía al Gabinete Mintras. Ellos les podrán informar mucho mejor que nosotros sobre ese particular.

-Así haremos, no le quepa duda. El caserón por el cual tenían esta reunión de hoy, ¿está en tan malas condiciones como apuntaba la Sra. Ventura?

-A tenor de fotografías que en su día nos mostró el Sr. Menéndez pues, que quiere que le diga. Desde luego, no se podría decir que va a derrumbarse de un momento a otro. Creo que Doña Balbina ha exagerado un poco, la verdad. Aunque debo decir en su defensa que yo solo lo conozco por esas fotos, no he estado en el lugar, por lo que no puedo hacer una apreciación exacta al respecto.

-De acuerdo. Ahora, si le parece bien, continuaré con el servicio, ¿qué saben ustedes de la criada del Sr. Menéndez?

-¿De Rosa? Bueno, aparte que hace los bizcochos de limón con canela y las tartaletas rellenas de crema más ricas que servidor haya probado jamás, pues que es una mujer noble, educada, servicial y que siempre en el año más o menos que hace la conozco ha prevalecido el interés de su señor. No, yo no apuntaría a Rosa como sospechosa, si es que tenía pensamiento de abrir esa brecha en la investigación, les aseguro que el disgusto por la muerte de su amo, por muy gruñón y hasta tirano que muchas veces fuera con ella, tanto mi colega como yo hemos vivido episodios que mejor queden en el olvido, es total y absolutamente sincero. Entiendo que ustedes deben barajar todas las posibilidades, pero pondría la mano en el fuego por Rosa, no es una de ellas.

-"En efecto, así es Sr. Pardo, no lo ha podido describir mejor. Tenemos que otear todos los horizontes. Bien, otra cuestión, ¿cuáles eran los términos del testamento del fallecido?

-La verdad es que no era un testamento muy extensivo, ya que todas sus fortunas incluidos bienes inmuebles como son esta casa y la mitad del caserón anteriormente mencionadas los dejaba la casa de alimentos para la infancia, de la cual por cierto Doña Balbina es socia activa.

-¿Disculpe? -Interrumpió la Sra. Ventura-, ¿Qué mi hermano iba a hacer, qué?

-No, Doña Balbina. Iba no, lo ha hecho. Si quiere, otro día con más calma se pasa por el bufete y le enseñamos el documento, allí lo pone todo con pelos y señales.

-No logro entenderlo la verdad. Mi hermano no era precisamente una hermanita de la caridad. Bien lo sabe usted, Sr. Pardo.

-A ver, a ver -terció el inspector-, yo no conocía en persona al Sr. Menéndez, pero eso no significa que no por ello no fuera conocedor de las necesidades que pudiera atravesar. No confundamos el carácter de un ser gruñón con un ser tacaño, dista una diferencia, si me permiten, bastante grande. Bien, en caso de no haberlo dejado a institución alguna, ¿quiénes eran o hubieran sido los beneficiarios del testamento Sr. Pardo?

-Al no tener familiares directos, imagino que la Sra. Ventura hubiera heredado todos sus bienes. Pero solo son conjeturas mías.

-De acuerdo, ¿solo hizo ese testamento el Sr. Menéndez?

-¡No, que va! El único estando nosotros a su servicio, con mi señor padre ya había confeccionado hasta tres distintos. Siempre había algo que se le olvidaba o había que cambiar en el último momento o venía con que lo había pensado mejor. Esto en lugar de así lo quiero asá. A saber, igual nos hubiéramos encontrado con la premisa de que dentro de dos o tres días lo hubiera querido modificar de nuevo.

-En alguno de esos testamentos, ¿saben si obraba la Sra. Ventura como beneficiaria?

-Sí, en uno de ellos, en el cual también dejaba una considerable cantidad de dinero a Rosa.

-Interesante. Bien, un día de estos nos pasaremos para estudiar en profundidad todos y cada uno de los testamentos del Sr. Menéndez. Creo que con su declaración es suficiente, no creo sea necesario por el momento hablar con su compañero. Ahora por favor, vayan a ver si la criada se encuentra mejor y puede responder a mis preguntas.

Agradecí sobremanera que prescindieran de hacerme preguntas, no porque tuviera nada que ocultar ni mucho menos, sino porque lo agradecí y punto. La verdad es que motivos se puede decir no tenía ninguno en particular. Mientras Rosa era llamada llegó el forense y el resto de comitiva judicial, tomaron fotos a diestro y siniestro y al poco se llevaron el cuerpo de nuestro ya ex cliente Don Casimiro Menéndez. Aún así, a pesar de habernos quitado el muerto de en medio, el ambiente seguía siendo fúnebre.

Rosa apareció acompañada por Doña Balbina con la cara desencajada y hecha un mar de lágrimas. La Sra. Ventura me adelantó que a consejo suyo mi compañero le estaba haciendo una segunda tisana. Yo era partidario de que era más que una tisana lo que necesitaba la pobre mujer en esos momentos. No solo había perdido a un hombre al que ella, sorprendentemente tenía aprecio, sino también su puesto de trabajo. Y tal como estaban las cosas en estos tiempos, como para no echar a llorar.

El inspector se dirigió a ella y de la forma más educada posible, le dijo:

-Tome asiento, si es tan amable, y tranquilícese. Como usted comprenderá, debo hacerle unas preguntas.

-Sí, claro, pregunte lo que quiera señor policía, pregunte.

-Cuánto tiempo llevaba usted a las órdenes del Sr. Menéndez?

-El próximo veintiuno de octubre hará diez años, señor. Lo recuerdo perfectamente porque ese mismo día mi hijo ingresaba en la universidad. No quiera saber usted la de sacrificios que tuve que hacer para conseguirle una plaza y, bueno, para que siguiera estudiando ya ni le cuento. Ahora todo eso ya pasó y puedo decir orgullosa que tengo todo un médico en mi familia. Y ejerciendo además, que no es moco de pavo.

-¿Dónde si no es mucha indiscreción?- preguntó el inspector al respecto.

-En la Clínica Madre Del Sagrario, en la planta de neurocirugía.

-Esa es una clínica privada, ¿no es así?

-Perdón, lo olvidaba, dos días a la semana presta sus servicios también en el Gregorio Marañón. La verdad es que, entre el trabajo de una clínica y otra, no le veo con la asiduidad que me gustaría, pero que le vamos a hacer. Lo que más me entristece es no poder disfrutar tanto de mi pequeño nieto. Imagino que ahora mientras no encuentro otro empleo tendré horas muertas para ese fin-dijo con lágrimas en los ojos.

-Tranquilícese Señora.... ¿Cuál es su apellido, por cierto?

-Rosa Santos Guzmán, para servirle, ese es mi nombre completo. Llevo quince años aquí. Nos vinimos mi marido, mi hijo y yo dada la situación de mi país, y a los dos años me divorcié. Yo me quedé con la casa y la custodia del niño. De él no he vuelto a saber más, ni quiero, desde hace muchísimos años. Al principio sí cumplía lo estipulado en sentencia, pero luego poco a poco lo fue dejando. Se presentaron dos o tres demandas de ejecución al respecto, incluso mis abogados me sugirieron ir a la vía penal. Pero, ¿sabe qué?, me cansé. Al final opté con pensar que, mientras hubiera desaparecido de nuestras vidas y no nos importunara ni a mi hijo ni a mí era más que suficiente. Por descontado, tampoco cumplió con el régimen de visitas plasmado en el convenio y Rubén no interrogó nunca sobre ese particular ni hizo hincapié de querer estar con su padre. Anda, perdón comisario, le estoy contando mi vida.

-No se preocupe, le habrá venido bien para tranquilizarse un poco, digo yo.

-Sí, sí, la verdad es que ya estoy más sosegada.

-Continuemos pues, ¿tenía usted conocimiento de que en uno de los testamentos del Sr. Menéndez le dejaba a usted una cantidad considerable de dinero?

-Pues no, comisario, se lo juro por mi hijo que no sabía nada sobre ese particular. Es usted libre de creerme o no, pero a mí el único fin que me movía era que a mi señor no le faltara de nada en el tiempo que yo estuviera a su servicio, ni más ni menos. No me gustaría ser... ¿cómo lo dicen ustedes?...Quiero decir, que si a su muerte me hubiera dejado algo de su legado no le hubiera hecho ascos. Pero no, no conocía ese particular.

-Bueno, debo advertirle que su amo modificó el testamento, con lo cual esa clausula ya no obra en el mismo. El último documento actualizado reza que deja absolutamente todo su patrimonio a la entidad de la que forma parte su hermanastra.

-Sí, y yo también comisario soy socia de esa fundación para niños. Pasamos tantas calamidades en los primeros tiempos de estar en este país que en cuanto se me ofreció la posibilidad de ayudar en lo buenamente que pudiera y a tenor que ahora estaba a mi alcance, no lo dudé. En este país, como en el resto del mundo, tendría que haber más gente solidaria y dispuesta a ayudar al prójimo. Las cosas, se lo digo yo, funcionarían de otro modo. Así que me alegro mucho que Don Casimiro tomara esa decisión.

-Bien...aparte de los letrados y la Sra. Ventura, ¿recibió alguna visita más su señor? Por cierto, lo olvidaba, ¿cuándo le vio por última vez? Si no le sabe mal, contésteme primero a esa pregunta.

-De acuerdo. A ver vi a Don Casimiro por última vez sobre las nueve y media, más o menos, después del desayuno. Me acerqué al comedor para retirar la bandeja y allí estaba él sentado a la mesa leyendo la prensa tanto local como nacional. Era un ritual que no perdonaba nunca, el desayuno a las nueve de la mañana. Siempre lo mismo, zumo de naranja con limón y zanahoria aderezado con una cucharada de miel, una tortilla francesa con dos rodajas de pan de centeno, dos magdalenas, un buen tazón de café con leche y sus periódicos del día. Sobre las nueve y media más o menos solía terminar y servidora retiraba la bandeja. Don Casimiro terminaba de nutrirse con las noticias acontecidas y ponía rumbo a la biblioteca de la que no salía hasta bien llegado mediodía. Algunas veces no salía hasta la hora de comer. En cuanto a la segunda pregunta, o primera a tenor de cómo me lo ha formulado, la respuesta es no. No recibió más visitas.

-¿Cabría la posibilidad que el Sr. Menéndez se citara con alguien y abriera él mismo la puerta sin que usted se enterara?

-No sé qué decirle, desde luego me extrañaría mucho. Pero no puedo dar un no rotundo como respuesta. En los años de servicio que llevo en esta casa esa tesitura no se ha dado nunca inspector.

-¿Cuántas puertas de acceso hay a la vivienda?

-Pues la principal y la de servicio que da a la cocina, pero yo no me he movido de allí en toda la mañana, a excepción de cuando he ido a abrir la puerta a estas visitas y luego más tarde cuando Doña Balbina me ha llamado porque el señor no les atendía, nada más.

-Creo que de momento eso es todo, muchas gracias. Le comento lo mismo que ya les he informado a los demás, no salga de la ciudad bajo ningún concepto mientras dure la investigación. El departamento se pondrá a analizar a la mayor brevedad posible el abrecartas y a buscar huellas en otros objetos que nos han parecido sospechosos así como ver en los muebles que han sido movidos y en los papeles que han sido desordenados. Si necesitamos de nuevo de alguna de sus declaraciones o queremos que nos aclaren algún que otro punto les haremos llamar a comisaría. Nosotros marchamos ya, que terminen de pasar un buen día.

-Y con eso el comisario, junto a sus secuaces salió de la vivienda. Llegados a ese punto ya no había mucho que hacer allí, así que Sergio y yo en cuanto tuvimos la ocasión nos despedimos y nos marchamos. Teníamos mucho trabajo pendiente en la oficina, otros clientes aguardaban nuestros servicios. Menos mal, pensé, que no teníamos otras citas concertadas ni ninguna vista en los juzgados. Rosa manifestó que llamaría a su hijo para que fuera en su busca al acabar la jornada laboral.

-¿Seguro que quiere quedarse aquí sola? -Pregunté- Si lo desea nos quedamos con usted.

-No, no, faltaría más. Ustedes deben estar muy ocupados. Estaré bien, no se preocupen.

Y con las mismas, nos marchamos camino de nuestro bufete, a sumergirnos en los papeles de otros clientes, en otros expedientes, demandas, escritos y más jerga jurídica.

Dos semanas después aún proseguía la investigación sobre la muerte de Don Casimiro sin que se tuvieran avances al respecto. Las únicas huellas que encontraron en el abrecartas pertenecían sorprendentemente al Sr. Menéndez, por lo que también se barajó la hipótesis del suicidio. Pero había muchas cosas detrás que eran muy extrañas para decantarse por esa última opción. La primera, y principal, el estado en el que se encontraba la biblioteca cuando fue hallado el cuerpo, todo manga por hombro. Además, en un segundo interrogatorio realizado después de tal descubrimiento tanto a Doña Balbina, familiar más directok como a Rosa, quién trabajaba con él y le veía todos los días, manifestaron tanto la una como la otra que no había indicio alguno para el suicidio. Ni que decir tiene que Rosa pudo apuntar más sobre ese extremo, dado que la Sra. Ventura como ya hizo en su primera declaración en el lugar de los hechos, dijo que veía a su hermanastro de pascuas a ramos.

En lo concerniente a Sergio y a mí no fuimos llamados por el momento a declarar de nuevo, lo cual no significaba que no lo fuéramos en un futuro si el caso no se esclarecía pronto. A la semana del fallecimiento todo lo concerniente a su herencia estaba solucionado y la fundación ya tenía en su poder el legado de Casimiro Menéndez. Lo primero que se hizo fue poner a la venta tanto su residencia habitual como el caserón, que aún ni uno ni otro había encontrado comprador. Balbina se retractó de lo dicho ese fatídico día y cedió su parte del caserón para poder gestionar su venta. Con el dinero en metálico se aprovechó para saldar cuentas con el banco y abonar dos meses más de alquiler. Cuando lograran el dinero de los inmuebles la fundación tenía pensado adquirir algo en propiedad. Quienes más felices estaban que todo hubiera salido a pedir de boca y elogiaban la generosidad de Don Casimiro en su testamento eran las propias familias que se beneficiaban de los servicios que la fundación ofrecía.

Era un miércoles sobre mediodía cuando el teléfono del despacho sonó, me hallaba reunido con una pareja gestionando su convenio regulador de divorcio y Mandi, nuestra secretaria, interrumpió manifestando que era una llamada urgente de comisaría. Así que pidiendo disculpas a mis clientes me dispuse a atender la llamada. El comisario nos emplazaba a una reunión esa misma tarde a la cual mi oficinista también debía acudir y nos rogaba la mayor puntualidad posible, y, acto seguido, colgó. Me quedé unos segundos sin capacidad de reacción hasta que la futura ex pareja me sacó de mi ensimismamiento, así que continué con la labor que a ellos tenía encomendada.

Sergio y yo nos dirigimos a comisaría sobre las cinco y media de la tarde, la reunión era a las seis. Entramos y vimos allí a Rosa sentada al lado de dos caballeros que no había visto en mi vida. Pregunté a mi amigo y él con un gesto me dio a entender que tampoco los conocía. Dos minutos después entraron los de la asesoría fiscal que llevaban las cuentas de Don Casimiro y por último Doña Balbina.

Quizás los dos señores aposentados al lado de Rosa no guardaban relación alguna con nosotros, pensé. Al igual están al lado de ella por casualidad, puede que estén aquí por cualquier otro motivo.

No tuvimos que esperar mucho, el comisario salió de su oficina y nos hizo pasar a todos, a los caballeros también.

-Les agradezco a todos su presencia. Quizás no conozcan ustedes a Miguel Sánchez y Arturo Rodríguez, son pintores y estaban a las órdenes del Sr. Menéndez. He podido ver algunas de sus obras y créanme que si no hubiera sido porque a fuerza de insistir me lo han confesado me creo que sus cuadros son auténticos.

-Así que era cierto -dijo Balbina-, mi hermano era un falsificador de cuadros.

-Y de más cosas, señora, y de más cosas -Fue la respuesta del comisario-. Pero principalmente cuadros y esculturas. Ni que decir tiene que parte de su inmensa fortuna la consiguió cometiendo esa ilegalidad. Por suerte, analizando todos sus documentos con ayuda de sus asesores financieros hemos llegado a la conclusión que lo heredado por la fundación no se obtuvo a través de este hecho delictivo. Sí otras cosas, las cuales pasarán a formar parte de las piezas de convicción del juzgado correspondiente. El juez ya tomará la decisión de qué hacer con ellas en un futuro. Pero les he hecho llamar porque el caso ya está resuelto y queríamos reunirles a todos para revelarles el resultado. Por cierto, ¿dónde se encuentra su secretaria? -Nos preguntó.

No hizo falta dar respuesta alguna cuando apareció por la puerta, se disculpó por el retraso alegando tener el coche en el taller y que el autobús se había retrasado un poco. Se sentó y el comisario continuó con la conversación.

-Bien, como ya he dicho, después de arduas semanas de investigación, las cuales no han sido fáciles, ya tenemos veredicto. ¿Quiénes se beneficiaban del testamento del Sr. Menéndez? En uno de ellos Doña Balbina y Rosa, y en otro la fundación también gestionada por la Sra. Ventura. Sí, hemos indagado también sobre ese particular y no entendemos que nos ocultara tal extremo señora. Usted no solo era una simple socia, era además su presidenta. Con lo cual, a tenor de esto, podemos llegar a pensar que la primera interesada en la muerte de Don Casimiro era usted Doña Balbina -dijo mirándola fijamente a los ojos- No olvidemos la situación precaria que atravesaba la fundación y que ahora, providencias del destino, se encuentra fantásticamente bien situada. Pero hete aquí que investigando, investigando...nos llevamos una sorpresa que no esperábamos. Don Casimiro tenía descendencia. Sí, como lo oyen -En ese momento la cara de estupor de todos los presentes fue mayúscula-. Un hijo, mejor dicho hija, que ahora tendrá unos veintiocho años más o menos. Como usted, ¿no querida señorita Menéndez? -Giró la cabeza y miró fijamente a nuestra secretaria.

-¿Pero qué está queriendo insinuar usted? No entiendo nada.

-Por supuesto que lo entiende. Usted fue fruto de una relación tormentosa del Señor Menéndez con su fallecida madre, hecho que sucedió en el parto. Criada por sus abuelos, cuando tuvo usted uso de razón, éstos le narraron la historia de su vida y usted cargó todas las culpas de la muerte de su madre a Don Casimiro jurando vengar su muerte.

-Usted se ha vuelto loco, ¿verdad?

-En primer lugar -dijo el inspector, haciendo caso omiso a las últimas palabras que acababa de escuchar- se las ingenió muy bien para formar parte del círculo de su padre y que mejor que solicitar empleo en el bufete de sus abogados. Así podía saber de primera mano todo lo referente a su persona. También paso largos días investigando los quehaceres del Sr. Menéndez y espiando los posibles accesos de su vivienda, hasta que por fin tuvo la certeza de que el día había llegado. Había llegado el día de que su padre pagara y lo hiciera con la peor de las sentencias. El abrecartas no llevaba las huellas de su señor padre como en un principio pensamos, sino las suyas. Magistralmente para despistarnos, y debo decir que a punto estuvo de lograrlo. Puso después patas arriba la habitación para que pareciera un robo o incluso aparentar que buscaban algo. Muy agudo, sí señor, muy agudo. Bien, dicho todo lo cual, Mandi Menéndez, queda usted detenida por el asesinato de su padre, Don Casimiro Menéndez.

-¡Ni se le ocurra pronunciar ese apellido detrás de ni nombre! Y sí, lo confieso, ¡yo le maté! No fue fácil para mí vivir sin el cariño de una madre por mucho que mis abuelos intentaran suplirlo al máximo. Así que, cuando me enteré de la verdad, supe lo que tenía que hacer.

Sorprendidos todos ante el desenlace, ni nos dimos cuenta creo ninguno de nosotros de la entrada de dos policías los cuales le ponían unas esposas a nuestra ya ex secretaria y la sacaban del despacho del comisario.

-Un momento -dijo Rosa-. Hay una cosa que no comprendo, ¿cómo consiguió entrar?

-Suponemos que aprovechó el momento que llegaron los visitantes para la reunión para acceder por la puerta de servicio. Había realizado sus deberes al respecto y sabía que durante el día ésta se encontraba siempre abierta ­-Manifestó el policía.

Una vez despejada la duda de Rosa y dándonos las gracias el comisario a todos y a cada uno por nuestra asistencia, nos fuimos marchando. Todos, menos los pintores, a ellos les esperaba una buena por delito de falsificación.

A la salida de la comisaría había empezado a chispear y el cielo amenazaba tormenta de las fuertes, Sergio me miró y me dijo.

-Quién lo iba a decir, nuestra buena y eficiente secretaria una asesina.

-Desde luego. Y quién iba a decir también que fuera la hija de Don Casimiro Menéndez

-Pues sí. Bueno, pues nada, a poner otro anuncio buscando personal, ¿no?

-En efecto amigo. Pero no olvidemos pedir en el apartado referencias quiénes son sus padres.

FIN