EL ASCENSOR

22.07.2020

UN RELATO DE ESTELA ANDREU

EL ASCENSOR

Llegaba tarde. Así que, en lugar de usar las escaleras, cogí raudo el ascensor. No me gustaba ese aparato, me producía...Miedo no, no crean, ni pánico. Era, no se...Vamos, que si mi despertador no me hubiera jugado una mala pasada, hubiese preferido subir a pie los ocho tramos de escalera con sus catorce peldaños. Para colmo de males, cuando se abrió la puerta de ese armatoste vi que iba atestado hasta los topes, pero tuve que respirar hondo e introducirme junto a esa marabunta de personal que se dirigía a vete a saber dónde. La verdad es que me importaba bien poco.

A medida que el ascensor iba de planta en planta, iba dejando gente y añadiendo gente, hasta que, de pronto, no quedamos más que cuatro personas en su interior. Vi personas que se habían metido en su interior en el tercero y bajarse en el cuarto. Sí, sí, tal cual. Era un viaje silencioso, y lo agradecí. Nadie le dio por comentar nada sobre el tiempo ni esas chuminadas que suelen ser foco de discusión en esos lugares. Como si hablar del sol, del viento, de la lluvia, o de los truenos fuera de vital importancia. A no ser que comentemos los temporales que en todos los ámbitos nos están abofeteando por todos lados. Casi mejor que procuremos que los rayos de una gran sonrisa aparezcan en nuestro rostro y... ¿olvidar? No, ni hablar, eso no, pero al menos... ¿Qué? ¿Lo saben ustedes?

Por favor, no se enfaden conmigo, igual piensan que vengo aquí a contarles que todos los vasos que existen en la faz de la tierra están medio llenos, e incluso piensan que soy de la opinión que están vacios o incluso rotos. No, no, ni mucho menos. Hay muchísimos vasos llenos a rebosar y por esos merece la pena que ni ustedes ni yo nos rindamos jamás, que ni ustedes ni yo escondamos la cabeza cual avestruces, que ni ustedes ni yo saquemos jamás la bandera blanca ante esas guerras que nos pone la vida, que ni ustedes ni yo dejemos de apostar, que ni ustedes ni yo dejemos de luchar, pelear, batallar, guerrear...jamás. Por esos vasos rebosantes: el paisaje de un amanecer, de un anochecer, la sonrisa de un niño, de la persona amada, la mirada del amor...Sí, pese a todo, también hay cosas maravillosas en este mundo aunque el panorama sea como una especie de venda que nos han colocado en los ojos sin pedirlo y no seamos capaces de verlo.

-Me sorprende que haya alguien con tan alto nivel de optimismo hoy en día.

-¿Perdón? ¿Es a mí?

-Sí, sí, es a ti. ¿Puedo tutearte, verdad? Por cierto, ¿con quién hablabas? ¡Pero si no he dicho nada! Solo estaba pensando, no creo que eso tenga nada de malo.

-Yo no he insinuado eso en ningún momento. ¿Qué miras? Ah, tranquilízate, estarán bien.

-Pero si están como...¡¡como si fueran estatuas!!

-Despreocúpate, en cuanto lleguemos a su destino y puedan salir del ascensor, se les pasará.

Permitidme que abra un pequeño paréntesis en mi narración para confesarles algo. Pero les pediría me guardaran el secreto, que uno tiene un cierto prestigio que guardar. Me encontraba algo descolocado y eso no me gustaba en absoluto. ¿Quién me mandaba a mí cambiar mis costumbres? ¿Por qué no habría usado las escaleras como hacía siempre, aún a riesgo de llegar tarde?

Se abrió la puerta y, como si alguien hubiese chasqueado los dedos, dos estatuas volvieron a cobrar vida y salieron de su interior. Después el ascensor prosiguió su viaje hacia arriba quedando solo ese hombre tan peculiar y yo. Un momento, ¿y si pruebo a pellizcarme?

-No lo hagas muy fuerte no vayas a hacerte daño. Pellizcarte digo.

-¿Es que lees el pensamiento? -No suelo, pero comenzaba a asustarme.

-¿Por qué crees que te estaba oyendo? Tranquilo, de mí no tienes que asustarte. Y, si te está viniendo a la mente mirar cuanto falta para llegar al séptimo piso, falta el tiempo necesario para explicarte unas cosas.

-No he pedido explicación alguna.

-¿Y? ¿Es que acaso es preciso? Te veo alterado, y no hay motivo. Quién lo tiene que estar soy yo pero las circunstancias tristemente han hecho que esté acostumbrado y ni me afecte. Está bien, te diré quién soy. Soy muchas cosas: la cultura, la educación, la sanidad, el empleo, el bienestar social, la justicia...aunque si quieres llamarme por un solo nombre para economizar puedes llamarme indignación. Igual es el más apropiado.

(No daba crédito os lo juro)

-Sí, es normal que te parezca todo inaudito. Me refiero a que los males que azotan esta sociedad cobren vida en mí ser. Aunque me gustaría que lo inaudito fuese otra cosa, ya me entiendes. No me mires como si fuese un bicho raro. Me entiendes. Suerte la tuya, cuando este armatoste vuelva a abrir sus puertas podrás salir y continuar con tu vida. Podrás ir de nuevo a ver esos amaneceres, atardeceres y anocheceres que tanto te gustan, volver a pasear por los parques y deleitarte con el alegre rostro de esos niños despreocupados cuando se deslizan por un tobogán, se mecen en un columpio o chutan fuerte a un balón y podrás volver a sonreír y que el amor te sonría. Yo, pese a que la puerta se abra y se cierre, me quedaré aquí encerrado, atrapado en este ascensor. ¿Para siempre? No, solo hasta que un técnico traiga una llave llamada esperanza y pueda ser realmente libre y campar por este mundo sin cortapisas. Y ¿sabes una cosa? ¿Sabes por qué me mantengo tan sereno y firme? Porque, pese a que ahora no tengo esperanzas, nunca pierdo la esperanza. Mira, la puerta se ha abierto, creo que es tu turno de bajar. Y, como dices, procura ver muchísimos vasos llenos y haz que la gente los vea también. Quizás esa sea la única llave que me permita salir del encierro.

FIN