CREANDO VIDAS

20.03.2020

UN RELATO DE ESTELA ANDREU

CREANDO VIDAS

Esta es la historia de una mujer solitaria. Una mujer que, debido a los avatares de la vida, se ve encerrada en una habitación sin ninguna esperanza de poder ser libre en mucho tiempo.

Y es que los accidentes de tráfico es lo que tienen; las imprudencias es lo que tienen, el alcohol es lo que tiene, las prisas es lo que tienen, y, cuando se juntan todos esos "tiene" juntos, las consecuencias pueden ser mortales.

Aunque a veces, como en el caso de Marta, mortales en vida. En reiteradas ocasiones se repetía que hubiera preferido fallecer en ese fatídico accidente, estaba cansada de la vida que le había tocado desde entonces. Llevaba cuatro operaciones a sus espaldas y aún le quedaban dos más, según los médicos, si quería recuperar un poco de movilidad.

Se preguntaba para qué, si no podría volver a su vida normal. Pero la cruz, el lastre más grande que tenía que soportar era que debido al accidente y a sus actuales condiciones físicas, la Juez que llevaba el caso de su divorcio había decidido dar la custodia de sus niños, de forma provisional eso sí, a su ex marido.

Sabía a la perfección que ese provisional se transformaría en definitivo en unos meses. Por muchas operaciones que le hicieran jamás volvería a ser la Marta que era. Ganas tenía de pedir, de rogar, de suplicar...que no experimentaran más con su cuerpo, que ella no era un mono de feria, ni una probeta para hacer experimentos y que había notado, mucho antes que ellos medicuchos, que todo era inútil.

En ese momento tuvo un golpe de calor; así que, empujando poco a poco la silla, se acercó a la ventana y, como pudo, la abrió. Le costaba ver los coches circular, pero era consciente que tenía que acostumbrarse y no añadir la palabra miedo a su ya de por sí gran desgracia. Había ideado una especie de juego que la ayudaba a distraerse y evadirse, se imaginaba la vida de todas y cada una de las personas que pasaban por la acera, como si fueran los personajes de una novela. Quién sabe, se dijo, a lo mejor algún día se decidía a plasmar esas historias en papel.

Vio pasar a un hombre de mediana edad, de estatura media y pelo cano. Calculó que tendría unos...cuarenta y pico de años más o menos. Iba vestido con unos pantalones de pinzas color caqui y un polo azul cielo: "Una combinación horrorosa" -se dijo Marta. ¿Qué vida podría llevar ese hombre? Tenía pinta de tener un nombre clásico. Vamos, de llamarse Juan, José, Miguel...Seguramente se dedicaba a algo relacionado con el mundo empresarial o a las finanzas o...Por descontado, no había huellas en él que permitieran deducir que se dedicaba a trabajos pesados. Pero, claro, el estar sentado en una silla delante de un ordenador, tecleando durante una larga jornada...también es una gran losa.

¿Estaría casado? ¿Tendría novia? ¿Amiga especial? "Bueno, cuidado, que igual todas esas preguntas me las tengo que plantear en masculino", -. Dejémoslo en, ¿tendrá pareja? ¿O quizás es un lobo solitario? ¿A dónde se dirigirá ahora?

De repente pasó un taxi y el hombre lo llamó, se subió a él y emprendió viaje rumbo a...A saber.

Marta seguía en la ventana pensando, ideando más retazos de la existencia de ese hombre, pero pronto se le pasó. En nada aparecieron dos chicas que no tendrían la mayoría de edad, seguro, y era muy buena en esos cálculos. Venían hablando y riendo, lo más seguro conversaban sobre de algún chico o sobre la última moda en música o vete tú a saber. Se dijo a sí misma que, pese al devenir de los años, los temas de conversación a esas edades son y serán siempre los mismos. Adornados de distinta forma, pero los mismos.

Una de ellas vestía unos tejanos rotos y una blusa larga verde pistacho, todo ello adornado con unas bailarinas, un collar largo negro y uno más corto color blanco, pendientes y pulsera a juego. Bisutería pura y dura, pensó. Llevaba una carpeta en la mano derecha y en el hombro izquierdo sostenía una mochila que a ojos de Marta había conocido mejores tiempos.

La otra tenía pinta, por su indumentaria, de tener un poder adquisitivo bastante más elevado. Iba con unos pantalones de pana color crema, una blusa abotonada detrás color rosa palo manga tres cuartos y unos botines con estampado color crema y rosa palo a juego con su ropaje. Llevaba también una carpeta y mochila a cuestas.

"Dos jovencitas saliendo de clases" -se dijo Marta. Qué edad más maravillosa. Bien, lo piensa ahora, pasados los años, pasadas las experiencias y vista la situación actual porque cuando era como ellas... ¡Ay, cuando era como ellas! ¡Quién pudiera volver!

Las dos muchachas se sentaron en un portal de la acera de enfrente y sacaron un paquete de cigarrillos. ¿Fumarían a escondidas de sus padres? A esa edad se hacen muchas cosas que los padres desconocen, aunque luego, con el paso del tiempo, te das cuenta que al final no es del todo así. A esa edad tú crees que los padres no se enteran de nada, y muchas veces, en realidad, se enteran de todo.

Se terminaron el cigarrillo, se levantaron y torcieron la esquina, Marta pronto las perdió de vista y se quedó en la ventana dudando si esperar a que pasara más gente y analizarla o ir a hacer otra cosa. ¿Ha hacer qué, Marta?

La calle se quedó vacía, la verdad es que muy poca gente pasaba a esa hora. Tanto el hombre como las muchachas habían sido una excepción, y es que no vivía en un lugar muy céntrico. Pero ella lo había querido así, y, la verdad, ahora se arrepentía. Si su calle fuera una de más tránsito, seguro que ahora hubiera pasado más gente, más personas a las que ella analizar, más hombres y mujeres a los que ella les crearía una vida, e incluso les crearía el destino que les espera.

Siempre se decía que cuando volviera Fátima, la chica que le habían asignado en servicios sociales y que venía una hora por la mañana para asearla, le daría dinero para que le comprara una libreta y un bolígrafo. Anotaría en ella todo lo que se le ocurría en esa ventana, todo lo que imaginaba de esas gentes y lo usaría el día de mañana. O quizás no.

Decidió apartarse de la ventana e ir a la cocina a por algo de comer, era casi hora de cenar y el hambre hacía que su estómago comenzara a emitir sonidos sospechosos. Porque eso sí que no lo había perdido, el apetito, aunque de buen seguro no tardaría en hacerlo, no le faltaban ya muchas cosas por perder. Y es que, de momento, no tenía trabajo, no tenía marido, no tenía a sus hijos, no tenía su cuerpo que andaba por otro lado. ¿Qué tengo?, -se preguntaba Marta muchas veces.

"Qué triste es. En estos momentos no tengo nada, no tengo vida, solamente crear las vidas de los demás. Pero si piensan que me voy a rendir, que voy a tirar la toalla, que voy a sacar la bandera blanca, que voy a sucumbir, a caer...estáis muy equivocados. No he venido a jugar esta partida, porque nuestra existencia al fin y al cabo es una partida, donde cada uno escoge su juego de mesa, para que cuando pierdo o las fichas no se mueven por donde quiero, abandonar a la primera de cambio. No señor, no me rendiré, cambiaré de estrategia y seguiré jugando"

FIN